Leer, el remedio del alma

Leer, el remedio del alma
Imagen creada por Ilea Serafín

15 de abril de 2024

Operación Triunfo

Negros nubarrones cubrían el generalmente soleado cielo de Sevilla; la bruma del Guadalquivir añadía más gris al color de acero del día.

Pedro Guzmán de Alcalá se acercó a su puesto de escribanía y observó ceñudo la larga fila de hombres que aguardaban frente a su mesa. La jornada se presentaba complicada y la negrura del cielo parecía ser la constatación meteorológica de las impresiones del escribano. Tomó asiento con un resoplido y, tras ordenar su material de escritura, dio venia al primero que encabezaba la hilera.

Buenos días nos dé el Señor. Vuesamerced dirá.

Buenos días nos dé el Señor y su Santa Madre. Vengo a registrarme como descubridor de nuevos mares. Mi nombre es Vasco Núñez de Balboa[1].

Perdonad, creo que no os he entendido bien, ¿qué es lo que queréis que registre?

Mi capacidad para descubrir nuevos océanos.

No os entiendo. ¿Cómo queréis que registre eso?

Anotando lo que os digo en un papel. Sois escribano ¿verdad? ante el gesto de afirmación del susodicho, siguió hablando. ¡Ea! Ya estáis tardando, llevamos esperando desde antes de la amanecida para que nos contraten.

¿Contraten? ¿Cómo que contraten?

Vamos a ver, esta es la Casa de Contratación de Indias el escribano volvió a asentir. ¿Pues qué vais a contratar? ¡Soldados y tripulantes para ir allí! ¿O, acaso, estabais pensando en fregonas para limpiar los barcos?

El resto de los integrantes de la fila celebró con grandes carcajadas la respuesta del que decía llamarse Vasco.

Mirad, señor, creo que os estáis confundiendo. Cierto es que aquesta es la Casa de Contratación de Indias, mas su función es la organización de las flotas, supervisar los barcos, fiscalizar la hacienda pública…

¡Y contratar! le interrumpió el descubridor de mares desconocidos. Espabilad, señor, os veo abotargado y algo disperso.

De nuevo, los presentes aplaudieron y jalearon al futuro conquistador que se encaraba al escribano.

Lo siento mucho, pero aquí no nos dedicamos a esos menesteres.

La concurrencia recibió con pitos y abucheos esta última frase.

Pedro Guzmán de Alcalá se rascó la incipiente calva que asomaba en su coronilla. Lo de que el día se presentaba complicado iba a cumplirse con largueza.

¡Pues yo vengo a lo mesmo que, aquí, el caballero pretende! gritó desde atrás un hombre corpulento al que le faltaban varios dientes y le sobraba mala leche.

¡Y yo!

¡Y yo!

La fila se convirtió en un corrillo que rodeaba la mesa del escribano. Todos los integrantes se mostraban desafiantes y en actitud amenazadora.

Ante la algarabía, un anciano elegantemente vestido se acercó acompañado por un alguacil.

¿Qué ocurre, don Pedro? inquirió el recién llegado.

Aquestos hombres, que vienen a que se les contrate para ir a las Indias. Les he aclarado a qué nos dedicamos aquí, pero no se avienen a razones.

El anciano miró a los levantiscos y, con un gesto de confianza, agarró el hombro del escribano mientras se acercaba a su oído para que nadie más que él oyera lo que le iba a decir.

Seguidles la corriente. Anotad todo cuanto os digan y luego quemad los papeles. No es menester alborotos, bastante tenemos ya con los diezmos reales que estos desarrapados miró con desprecio a los demás nos intentan robar cuando en las Indias descubren algo.

Gracias, don Rodrigo contestó el amanuense. Lamento que el tesorero tenga que venir a encargarse de asuntos tan mundanos.

No os preocupéis, ante todo que no haya ningún tumulto.

Está bien. Contadme qué queréis que anote aceptó resignado el escribano tras la marcha de su superior.

Que sé descubrir mares (Vamos de excursión a la playarepitió el aludido con un gesto de cansancio. ¡Ah! también sé criar cerdos, puede que monte una granja en La Española. En mi Badajoz natal aprendí todo lo que hay que saber sobre los gorrinos.

¿Pero no sois vasco? le preguntó riéndose el compañero de al lado.

Vasco de nombre, extremeño de nacimiento contestó con displicencia pues la broma le cargaba bastante por repetitiva. Si le hubieran dado un maravedí cada vez que habían bromeado con su nombre y su lugar de origen no le haría falta irse a las Indias a buscar fortuna.

Anotado queda. Si no necesitáis reseñar nada más, dejad paso al siguiente.

Vasco Núñez de Balboa se apartó y otro hombre le sustituyó.

Soy Juan Ponce de León[2] y yo sé… ¡descubrir penínsulas!

Descubrir penínsulas repitió el escribano pinzándose el puente de la nariz. ¿Algo más?

Esto… Buscar fuentes… podría valer (Juventud, divino tesoro).

Como digáis. ¡Siguiente!

Me llamo Andrés de Urdaneta[3] y soy ducho en el arte de navegar. Puedo encontrar el camino de vuelta de las Indias o tornaviaje.

Disculpad, señor, digo, padre rectificó el escribano al percatarse de que quien tenía enfrente vestía el hábito de los agustinos. El camino de vuelta de las Indias ya lo descubrió nuestro almirante don Cristóbal Colón tras hallar, previamente, el de ida.

Yo me refiero a la ruta de vuelta desde las Indias de verdad, las que buscaba el almirante en principio, y además por mares españoles (Billete de ida y vuelta).

Como gustéis aceptó el escribiente que ya no quería porfiar con esa panda de locos, además, se le estaba levantando dolor de cabeza. ¡Siguiente!

Francisco Pizarro[4] y hermanos dijo desabridamente un tipo malencarado con pinta de facineroso al que acompañaban cuatro hombres más con rasgos físicos similares. Sabemos someter y humillar, y robar.

—Bueno, eso no es nada original. ¿Algo más?

También sabemos secuestrar, pedir rescate y no cumplir la palabra dada (Ya lo veremos)

¡Siguiente!

Francisco de Orellana[5]. Me gusta viajar por ríos grandes y ver mujeres guerreras con los pechos al aire (Mujer tenías que ser).

A mí también me gusta añadió el escribano cabeceando al tiempo que tomaba nota de las inclinaciones del tal Orellana.

¿Viajar por ríos anchurosos?

No, ver mujeres desnudas, preferiblemente que no sepan guerrear, por si acaso. ¡Siguiente!

Álvar Núñez Cabeza de Vaca[6]. Yo podría curar y escribir cuadernos de viaje.

¿Sois cirujano? ¡Sabéis sanar! Por fin alguien con conocimientos de utilidad, se dijo el amanuense.

¿Quién yo? No, no tengo ni idea, pero pienso aprender (Sana, sana, colita de rana).

Pedro Guzmán de Alcalá se tapó la cara con las dos manos y empezó a sudar. Era una tortura escuchar tanta incoherencia y la migraña cada vez era más intensa; le iba a estallar la cabeza.

Juan Sebastián Elcano[7]. Sé dar vueltas al mundo (Vamos a dar una vuelta).

Tened cuidado, no os vayáis a marear. —Ante el gesto hosco de quien tenía delante, decidió añadir—: Por lo de dar vueltas. Era una chanza 

En Guetaria no somos amigos de la guasa.

Ya veo. ¡Siguiente!

Hernán Cortés[8]. Sé descubrir un imperio y fundar un país; lo llamaré México (El que oye llover).

—¡Qué obsesión con los imperios! ¡Siguiente!

Lope de Aguirre[9]. Busco oro (En busca de El Dorado perdido).

Como todos. ¡Siguiente!

Fray Tomás de Berlanga[10]. Descubro islas, las llamaré Galápagos por las extrañas criaturas que las habitan (Calma).

Pedro de Valdivia. Voy a descubrir tierras al sur de las Indias y las llamaré Chile.

Hernando de Soto[11]. Navegaré por un gran río, le llamaré Misisipi. También sé hacerme amigo de emperadores indios secuestrados.

Alonso de Ojeda. Puedo organizar expediciones marinas por el Caribe, tengo mucho valor y muy poco entendimiento. Soy algo bruto, pero en el fondo buena persona: mi mujer india me va a adorar.

Gonzalo Guerrero. Me gustan los indios y pienso convertirme en uno de ellos, aunque me llamen traidor. Seré el símbolo del mestizaje.

Jerónimo de Aguilar[12]. Se me dan bien los idiomas, los aprendo rápido sobre todo si los indios me convierten en un cautivo; puedo hacer de intérprete.

—Álvaro de Mendaña. También descubro islas, se me da tan bien que cuando vuelvo a una de ellas, descubro otras diferentes. Las voy a llamar Salomón a las primeras y Marquesas a las segundas. 

Durante cuatro horas estuvieron desfilando ante Pedro Guzmán de Alcalá hombres con las más variopintas habilidades, cada cual más increíble.

Tras tomar nota de todos ellos, el escribano recogió el montón de pliegos resultante de su trabajo y se dirigió a otra sala donde el fuego de una enorme chimenea restaba humedad al ambiente cargado por la lluvia que amenazaba desde el inicio de la mañana.

Mientras lanzaba a la hoguera los papeles que había escrito, el escribano de la Casa de Contratación de Indias no pudo por menos que compadecer a esos pobres desgraciados. Todos los días conocía casos de desventurados que iban a las Indias huyendo de la miseria para encontrar solo sufrimiento y muerte en lugar de las riquezas que desde España se les prometía. Seguro que ese sería el destino de quienes hoy habían ido para que se anotaran sus virtudes convertidas en proezas.

Mientras el papel, donde estaban volcados los sueños de un grupo de desdichados, se convertía en cenizas, el escribano se masajeó las sienes. El dolor de cabeza le estaba matando.

Ojalá hoy hubiera venido alguien que supiera inventar algún remedio para el dolor de cabeza, lo llamaría Aspirina.

 

 

NOTA DE LA AUTORA

Muchos de los nombres que por aquí aparecen ya han sido protagonistas de Crónicas del Descubrimiento (los enlaces a sus entradas aparecen resaltados en paréntesis) por lo que pueden resultar conocidas sus andanzas y entender mejor a qué se deben los comentarios que hacen. Otros están pendientes de su momento de gloria en este blog y aún no he contado nada sobre ellos, pero todo se andará.

Todas estas crónicas tienen un tono gamberro que ya avisé desde su inicio, pero reconozco que este episodio se lleva la palma en cuanto a situaciones descabelladas. De vez en cuando me vengo arriba y los disparates se me desatan. También es verdad que tenía que cumplir los requisitos del taller de escritura en el que participo y el tema era casting, así que me he montado una Operación Triunfo algo particular y completamente absurda.



[1] Descubrió el océano Pacífico.

[2] Descubrió la península de La Florida y buscó la fuente de la eterna juventud.

[3] Descubrió el viaje de vuelta desde las Islas Filipinas a América utilizando la ruta del este por mares de la Corona de España.

[4] Conquistador del Perú. Mantuvo preso al inca Atahualpa y cuando recibió el rescate lo asesinó.

[5] Descubridor del río Amazonas.

[6] Anduvo perdido por el norte de América, mientras fue esclavo de un chamán aprendió la utilidad de las plantas medicinales.

[7] Completó la primera circunnavegación de la Tierra.

[8] Conquistador de México. Sometió el imperio azteca.

[9] Integrante de una de las expediciones en busca de El Dorado.

[10] Descubridor de las Islas Galápagos.

[11] Primer europeo en navegar por el Misisipi. Cuando Pizarro secuestró a Atahualpa se convirtió en su amigo y le enseñó a leer y escribir español.

[12] Fue cautivo de los mayas y aprendió su idioma. Sirvió de intérprete a Hernán Cortés.





28 de marzo de 2024

Malos tiempos

 


Gruesos chorretones de agua recorren su cuerpo. El oscuro bronce de su piel brilla con el agua que la cubre por completo.

Una tormenta repentina ha venido a perturbar el idílico día primaveral del que estaban disfrutando los visitantes del parque. El brillante sol que lucía hace unos instantes se ha visto cubierto por negros nubarrones que, en cuestión de unos pocos minutos, vuelcan su cargamento de agua intempestiva convirtiendo el paraíso en un infierno de lluvia y viento.

Ella permanece impertérrita ante el aguacero que asola la zona. Son ya muchos los años que lleva viviendo allí, ya está acostumbrada a los bruscos cambios de clima característicos de la ciudad que la recibió hace más de un siglo. Se sintió parte integrante de la urbe desde el primer momento, fue acogida como suelen hacerlo sus lugareños: con naturalidad, alegría, demostrando que en esa villa nadie es forastero, ni siquiera Ella, una alegoría.

Nada más llegar la ubicaron en un lugar privilegiado, formando parte de un conjunto escultórico pletórico de simbolismos. Ella es la representación de la Ciencia, uno de los cuatro emblemas que simbolizan los pilares en los que el progreso se sustenta. La Industria, la Agricultura y las Artes son sus otras tres compañeras.

A sus pies un estanque custodiado por cuatro sirenas cabalgando enormes criaturas marinas y armadas con tridentes. En la superficie del agua los patos y las barcas conviven en armonía. El cadencioso chapoteo de los remos se mezcla con las risas de quienes bogan entre las miradas curiosas de las carpas que boquean en la superficie para, acto seguido, sumergirse en la pequeña profundidad del lago.  Y arriba, en un pedestal privilegiado y separado del suelo, el protagonista del monumento, un rey a caballo que, sable en mano, pasa revista a sus súbditos, aunque muchos de quienes a sus pies pasean no sepan ni su nombre ni cuándo ni cómo reinó.

Árboles centenarios la rodean procurando frescor en verano y una imagen de abandono en invierno, cuando se desnudan de hojas; entre las ramas todo tipo de pajarillos se esconden, sus alegres trinos se mezclan con las melodías de los músicos callejeros donde se alternan armoniosos valses al son de un violín con estridentes acordes de jazz emitidos por una trompeta.

La alegría la rodea, mas Ella está triste. Su mundo, el que Ella representa y del que es alegoría, se tambalea. La ignorancia va ganando terreno, su poder avasallador arrasa todo. La Historia que impregna el entorno, las piedras, los árboles, el agua, es desconocida por la mayoría de los paseantes, solo interesados en capturar con la cámara de sus teléfonos una instantánea que constate su paso por allí, sin saber que, en aquel lugar, pasaron muchos otros dejando huella. Una huella cada vez más difusa, más borrosa, apenas visible, oculta por tanta estulticia y oscurantismo.

A veces, Ella no puede evitar reír cuando esos cazadores de imágenes autocomplacientes pasan, sin hacerle una sola foto, delante de la compañera que custodia la entrada al monumento, ignorando que es la diosa Cibeles, la misma que se afanan en capturar con sus cámaras en una fuente cercana al parque.

Unas barcas permanecen abandonadas a unos metros de donde ella se encuentra. El chaparrón ha provocado que sus tripulantes desistieran de ir al embarcadero optando por huir de la lluvia saltando a la orilla más cercana. El desamparo de esas barcas, solas, sin ocupantes que las gobiernen, la sume más en la tristeza. Ella también se ha quedado sola, huérfana.

Nadie la observa ahora, y cuando la fotografían tampoco. Miran sin ver, observan sin entender. Un transportador de ángulos en la mano diestra, un libro abierto en la izquierda y varios tomos a sus pies representan los instrumentos con los que la Ciencia se vale.

Para qué tanto afán en representar símbolos si ya nadie sabe qué significan; la mayoría desconoce qué es un transportador de ángulos y mucho menos para qué sirve.

Cada nuevo plan de estudio demuestra ser más ineficaz que los que le precedieron. Las nuevas generaciones afrontan el futuro inmersas en la incultura donde la Matemática ocupa, de todas las ciencias, el dudoso honor de ser la más ignorada. Calcular una simple regla de tres se convierte en un problema insoluble; la proporción es una incógnita oculta, un arcano inaccesible e inextricable. La tecnología permite acceder a las imágenes de estrellas muy lejanas, a millones de años luz de distancia, pero muchos no saben convertir un metro en centímetros.

Corren malos tiempos para la Ciencia. No tiene amparo, ni patrocinio, ni sostén. Los pocos que aún la defienden abandonan la lucha agotados por el desánimo.

Cuando aquel filósofo huraño y malhumorado dijo «Que inventen ellos» sentenció la actitud de todo un país hacia la Ciencia. Aunque puede que lo único que hiciera con aquella malhadada frase fuese mostrar el carácter de sus gentes, amigas del disfrute y de dejar lo difícil e intrincado para otros. Pero al cascarrabias se le olvidó añadir que los logros y el avance tecnológico también serían para ellos.

Pequeñas olas producidas por el vendaval de la tormenta lamen los peldaños que llegan hasta la orilla del estanque; el chapoteo adormece, aletarga el dolor. Ella se deja mecer por el sonido; mientras, las nubes se van alejando más ligeras tras haber liberado su lastre de agua. Un tibio sol asoma, con timidez se empeña en sumir en el olvido la reciente tempestad. El agua que todo lo cubría unos momentos antes ahora solo está presente en algunos charcos aislados. Su piel de bronce se seca, pero Ella sigue llorando. 









Hada verde:Cursores
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